Melocotón

Se sonroja. Pasa una vergüenza infinita cada vez que ella lo toca. Pero no es culpa suya. Él tiene alma de niño. Casto y puro. O casi. Pasa por el lado oculto de los días a la pata coja, andando inmune a maldades ajenas. Juega con las lágrimas creyendo que son de cocodrilo, dejándolas que se sequen al sol. Y ella lo mira y no comprende. Y cuanto menos comprende más lo quiere.

Hoy es mi día de suerte

Cumplo 27 y nada ha cambiado.
Mi deseo de los 26 fue quedarme como estaba. Con los mismos, con las mismas. En el mismo lugar.
Y no nos engañemos que no es tan fácil. Es una realidad. La gente se muda, se marcha, se deja.
Por ello, mando un beso desde aquí a todos aquellos que mantienen my vida en un feliz stand by.
A mi pequeño Osama por las incontables horas de risas.
Esa lógica lateral-periférica me sigue pareciendo maravillosa dos años después...
...a mi acompañante de curvas rápidas de los domingos por la tarde. Por calibrar mi vida entre gas y freno en solo 58 quilómetros.
...a mi princesa. Por seguir mirando el mundo desde su maravillosa incomprensión.
...a Anna. Por pintar y colorear todos nuestros años de un rojo intenso y una caligrafía perfecta...
...a la otra Anna. Por sus maravillosas descripciones. Su cocina. Y su pasión inagotable...
...a Ariadna. Por su aurea. No hay una mejor forma de explicar el equilibrio entre la suma y la crítica.
...a Anabel. Por su punto justo y perfecto. Sus palabras de menos y sonrisas sorpresa.
...A Sergi. Por criticar nuestras vidas de una forma tan literaria.
...a Marta. Por su transparencia...
y a Alba. Por acompañarnos a todas en su diferencia.

Señores, oremos porque los 28 mantengan nuestras vidas en cloroformo y el año que viene seamos los mismos.
O mejores.

Feliz día de sol.

Carta de amor a un extraño

Son las seis de la tarde. Miro por la ventanilla y se ve el océano. Hace mucho sol y todo resulta muy hipnótico, como en verano. Pienso que antes era más fácil, cuando había un trillón de cosas que no sabías por qué ocurrían. Y todo fluía. También pienso en ti. Qué estarás haciendo. Y si tú también verás el mar. El mar, que brilla como una patata ruffles de cristal. Me sumerjo y todo queda en silencio... El primer baño es como volver a empezar. Me he vuelto casi simétrica pero ya sabes, la vida es como un mando a distancia: es difícil resistirse a pulsar el botón, siempre piensas que algo puede cambiar.

Quedan sólo tres días para lo mejor.

El viernes examen. El sábado presentación final. Y ya está. Fin a mis días de estudiante.
Sé de algunos que agradecerían que estos tres días pasaran a ritmo de
X-43A (que es el avión más rápido del mundo según Google) pero se tendrán que aguantar un poco más, que tampoco ha sido para tanto.

Pero bueno, haciendo un breve repaso, debo reconocer que no ha sido tan traumático. Al ser un final siempre parece peor, así que voy a listar brevemente todo lo que he aprendido para que los que quieran apuntarse al maravilloso máster este y lean mi blog (soy consciente que quizá estoy filtrando demasiado) tengan algunos apuntes:

Aprendizaje 1: Te aprendes de memoria las agencias en las que no quieres currar ni muerta.
Aprendizaje 2: Valoras infinítamente más los sábados de cama y las fiestas a las que nunca te sueles apuntar y ahora sí lo harías de no ser por el maldito curso.
Aprendizaje 3 y último. En el curso hay cuatro tipos de profes.
* Los gurús clase S. Visten de Armani que CK no mola, conducen un SLK y todo lo que dicen es muy interesante. Saldrás de clase pensando: No sé qué hago perteneciendo a la prole si ser rico es lo más.
* Los de ocasión. Se cambia, se busca, se sortea profe. Son los sustitutos a los que les ha caído el muerto porque su jefe no ha pillado a tiempo el Puente Aréreo. Estos van perfectos para hacer los recados de la semana.
* El profe. Muy poco habitual. Pero de vez en cuando aparece. Es la clase premium. Tiene vocación y ha venido a enseñar lo que sabe. No lo que tiene.
* La de relleno. Más habitual que el anterior pero más prescindible. Firma y sigue con tus recados. Suelen explicar informes anuales que ya tienes más actualizados.

En fin, el año que viene me apunto a samba, menos trágica. Más humana.
O a flamenco. Más enérgico. Menos traumático.
O puede que me apunte de voluntaria para enseñar catalán a niños, así en plan militante de la Catalunya interior.

Chico negro con Husky busca

Cuando yo lo conocí tendría unos 17 años. Era un chico muy amable. Mi hermana decía que era gigoló. Se lo habían dicho sus amigas.
El chico venía a la tienda con su perro. Tenía un Husky. Ambos parecían recién sacados de su pecera, echados de su mundo a la fuerza y abandonados en una ciudad en la que ninguno de los dos quería estar. El Husky con la lengua fuera en pleno invierno y él con gorro de lana en abril.
Solía pasarse por la tienda para comprar comida y para que le ayudáramos a leer su cartilla de La Caixa. Era majo pero algo justito y la tienda de mis padres es lo que tiene. Uno llega para comprar un hasmster y vuelve al día siguiente con una caja de melocotones para las niñas.
Y fue allí cuando todas dimos por sentado que mi hermana (que por entonces tenía 12 años) tenía razón. Porque el chico no curraba. Solo paseaba con el Husky. Y cada mes le ingresaban una cantidad variable en su cuenta. Y vivía solo.
Un día de verano vino sin Husky. Dijo que lo había dado a una amiga porque se marchaba. Y así se fue.
De esto hará unos 6 años. Hasta esta mañana. Que me lo he encontrado en Gracia. Ha cambiado el perro por un niño mulato. Paseaba con el mismo aire, entre perdido y aburrido. Sigue siendo muy guapo. Adiós Anita.

De mirar

Rojo. Ya están los peruanos besándose. Se besan con desgana, mirando hacia otro lado, pero uno encima del otro. Los miro y no soy capaz de ponerles edad.
Miran sin verse. Como espantados.

Verde. Barcelona es preciosa, pero no huele bien. Se salvan a duras penas algunas calles estrechas y unos pocos barrios con jardín y portero con manguera.

Rojo. Llegó la época del ventilador y los collares horteras. Veranito. Dentro de nada jornada intensiva. Ya no veré a los peruanos besándose. Ni a ese chico mono de las mañanas. Aunque casi da igual. Es gai seguro. Jamás me mira.

Verde. Mira. Ahí está. Me gustan sus chanclas. Parece que va lejos. Yo creo que es arquitecto. Tiene ese punto ideal entre informal interesante. Y es anchito.

Rojo. Y anda que el gordo... Siempre mirando a las niñas. Mira vayan con o sin madre. Y la mujer detrás. Que lo aguantaba yo. Muy limpio se ve el tío.

Verde. Ahí va la abuela estilosa. A mi de Sarriá me gustan las iaias. El luto nunca llega a los barrios pijos.

Rojo. Otro día tarde. Bueno. Mañana más. Total, somos muchos pero siempre los mismos. Para que nos vamos a engañar. Mañana llegaremos a la misma hora nos levantemos antes o después. Nos gusta vernos.

Lugares comunes

Llevo algunos días abducida. Abducida por el curro. Abducida por el sofá. Por el sueño agitado. Por el cansancio profundo. Por un tiempo escaso que no se alarga.
Desde la ventana se oyen voces y risas, se huelen las salsichas, la ropa tendida lavada con suavizante barato. En el interior todo está en silencio. He aprendido a hablar en mute. A no pensar nada si no queda más espacio para hacerlo.
Pienso en todo lo que se desordena, en la ropa que se apila, en el examen, en el trabajo. Por un momento me gustaría teletransportarme a casa de mis padres. Y estar los cuatro juntos. Oir los platos en la cocina, la televisión a volumen 28. Oler las salsichas. Hablar de lo de siempre. De esta peli que ya la dieron, porque siempre ponen lo mismo. No se porque pagamos el Plus. Este perro pierde mucho pelo, habrá que darle vitaminas. Porque no dejas los platos y vemos la peli en paz. Entonces pienso que ellos no saben que el silencio a veces agota, en mute. Y me duermo.