Melocotón

Se sonroja. Pasa una vergüenza infinita cada vez que ella lo toca. Pero no es culpa suya. Él tiene alma de niño. Casto y puro. O casi. Pasa por el lado oculto de los días a la pata coja, andando inmune a maldades ajenas. Juega con las lágrimas creyendo que son de cocodrilo, dejándolas que se sequen al sol. Y ella lo mira y no comprende. Y cuanto menos comprende más lo quiere.

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