¿Por qué le había tocado vivir con un amnésico?

Cada mañana lo mismo, una carrera de fondo para que él la reconociera.
Cuando abría los ojos y la veía, se asustaba. Y no porque fuera fea: tenía un rostro simétrico, un cabello bonito y jamás le olía el aliento.
Después del primer café, algunas veces recordaba su nombre. Otras no. Las que no, la llamaba "mujer". Las que sí, "Pili, mujer".
Cuando veía el tupper preparado en la cocina entendía que ella era alguien que lo quería. Sino, ¿por qué motivo le prepararía comida? Entonces le daba un beso en la mejilla y salía por la puerta.
Él se acordaba de todo: donde tenía aparcado el coche, donde trabajaba, de los lunes de liga, las contraseñas del banco, su odio hacia los calamares, los miércoles de Champions... Pero jamás recordaba quién era esa mujer que se despertaba agarrada a su brazo.
Y así pasaron los años. Cuando él salía de casa Pili empezaba su carrera hacía la reconquista: su plato favorito para la cena, su camisa de la suerte para el partido y las sábanas finas bien estiradas. Pili tenía 10 horas para volver a ser ella y él tenía otras 10 para reconocer a esa intrusa, esa que se colaba en su casa y le pedía más compromiso y algunas veces lo llamaba amor.
Eso sí, cuando llegaba a casa, él ya recordaba todo: Pili era su mujer, su amor de la infancia, la chica más bonita de la calle, la más estrecha según algunos. Y Pili lo quería con locura. Él era aquel chico que jamás creció, que la hacía reír como nadie y que la hacía sentir como una reina al final del día.

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