De dolencias.

Soy lectora bulímica. Leo y olvido. Por eso leo cuentos. Porque se digieren incluso sin masticar.
Y yo no era así. Aprendí a leer con cómics. Para entender una viñeta sin casi saber juntar las palabras solo tenía que meterle tiempo. Y lo tenía todo.
Leía antes de dormir y no para dormirme. Escribía relatos porque no superaba el pánico escénico de la segunda hoja blanca.

Más tarde empecé con las lecturas diagonales. Fueron los tiempos en los que los retrasos de la Renfe se llevaban parte de mis días. Me leía lo que fuera con tal de no ver pasar más estaciones. Siempre en la última. Siempre tarde y en el último tren.

Y en un abrir y cerrar de ojos, un día empecé a vomitar palabras. Mi estómago se volvió sensible y el Omeprazol y derivados dejaron de hacer efecto. Y aquí estoy, reloj en mano, ya no paso de las 15 líneas.

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