El día de la tortuga

Hacía 5 meses y medio que soñaba con tortugas.
Obviamente no cada día pero, cuando ya me había olvidado de la última...¡tachán! aquella noche aparecía otra.

Todas las tortugas me acompañaban de un modo distinto: unas simplemente estaban allí, en su río, con sus cosas; otras me mordían; y a otras las mordía yo (de verdad).
Además, las noches que las tortugas aparecían de un modo insistente, yo solía ponerme enferma y, aunque en internet las pitonisas de los sueños hablaban de esfuerzos recompensados, cinco meses después, tortugas tenía las que quería pero recompensas, ninguna.

El día de la última me levanté con la cara hinchada y los ojos entrecerrados por una por una incipiente conjuntivitis. Aquella noche había soñado con una tortuga enorme a la que me veía obligada a cocinar viva y, por lo visto, estaba siendo castigada con unas maravillosas legañas extras. Enfrente el espejo, admirando mi nuevo look, empecé a pensar en la necesidad de librarme de ellas: las amables, las moribundas, las salvajes, las madres. Todas. Pero, ¿por dónde empezar?

Y a partir de aquí, no tengo ni idea de cómo acabará la historia. A las 21.27 pm del día de la tortuga ninguna idea, relevante o con vistas de ser eficaz, ha hecho acto de presencia y tampoco Google parece muy enfocado en el asunto. Quizá el día de la tortuga es primo hermano de la marmota y hasta que no resuelva algún aspecto oculto de mi vida no acabará jamás. Quién sabe. Pero algo me dice que no se van a ir tan ligeras como aparecieron.