Lunes extraños

Hay días perfectos para viajar sola. Días en los que lo más importante es mirar sin apenas oir. Para hablar sin pensar en resultar brillante. Para entender que lo que deba ser bienvenido sea y más sabiendo que la media hora extra de cama ha sido un milagro. Días para mirarse al espejo y verse con ojeras pero contenta. Días para las cosas no importantes. Para coger taxis entre edificios bonitos. Para pasar cerquita de parques verdes con gente con tiempo echada en ellos. Felices.
Son días en los que no te molesta que haya un idiota gritando desde la fila tres vestido de Neo. Días a prueba de bomba hechos para unir contrarios y no escuchar los peros. Para enterarse que los nuevos putis dan comisión a los taxistas los días de feria. Días para descubrir que lo que soñaste se une a lo que ves desde la ventanilla, mientras sabes que esta no es tu ciudad y si te hubieras quedado en casa te lo habrías perdido. Son días para ti. Días casi perfectos.

Antes y después de cuándo no debiera haber visto

Voy a alejarme de la mesa de reuniones para verlo todo en perspectiva...En un segundo con tres, quince voces de alrededor se han quedado mudas y la vocecilla feroz de mi interior no me deja pensar en nada bueno. O quizá todo lo que me dice es más que bueno pero mi miedo atroz no lo digiere como tal.
¿Dónde está ahora el cristal de seguridad? Este país es un desastre: nunca está nada donde debiera.
Como yo, el resto del séquito parece empatizar con la causa porque las víctimas siempre tienen quien las vele, al menos un ratito.
Intento aplicar las clases de yoga en un intento frustrado de mover la respiración que me aprieta los dientes al fondo del estómago. Como he dicho: frustrado. Porque en realidad, nunca presté atención en clase.
¿Por qué motivo tenemos tanto miedo al después del antes? Si quien sabe, qué nos depara de mejor.